“Yo como bien, no entiendo por qué no consigo adelgazar”. Seguro que esta frase la has oído en repetidas ocasiones, ¿verdad? Es probable que quizás hasta se lo hayas dicho tú a alguien. Y de hecho, es bastante frecuente que la percepción de la población en general sobre su alimentación sea positiva. Hay personas que consideran que se alimentan perfectamente y no necesitan revisar ningún hábito, a pesar de observar números crecientes en su báscula que contradicen su argumento.
Si pidiéramos al grupo de personas anterior, que nos explicaran qué entienden por comer bien, seguramente responderían: “Comer variado y equilibrado. De todo, pero en su justa medida”. Puedo entender los argumentos, pero habría que matizarlo porque no es imprescindible comer de todo y porque comer de todo puede estar relacionado con mantener malos hábitos dietéticos. Hay alimentos como el azúcar, las harinas refinadas, los productos elaborados a partir de estas materias primas (bollería, galletería, etc.) junto con las grasas hidrogenadas y el alcohol que son totalmente prescindibles en nuestra dieta. De hecho, no se les da cabida en ninguna parte ni en la pirámide de la alimentación Australiana ni en el plato para comer saludable de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Harvard, que se muestran a continuación.
En alguna entrada de este blog, o en mi página de Facebook comentaba que el plato me parece una de las mejores herramientas diseñadas en términos de alimentación saludable, ya que, partiendo de unos principios básicos, cada individuo puede planificar su dieta en función de sus gustos, necesidades fisiológicas, inquietudes (ya sean religiosas, políticas o de cualquier índole), situación geográfica, estacionalidad, etc. De hecho, el concepto de dieta perfecta no existe como tal. Y menos aún si se trata de una dieta universal –por saludable que sea–, extrapolable y aplicable a buena parte de la población. Dicho esto, es importante recordar que la palabra dieta no hace alusión a régimen de adelgazamiento, que es como popularmente se conoce el término. Dieta se define como “régimen de vida” o en otras palabras, la serie de alimentos que se consumen habitualmente. Pienso que es importante comprender y saber diferenciar estos términos.
En relación con lo anterior, ha habido y hay mucha investigación interesante en nutrición, evaluando los efectos y beneficios de distintos tipos de dietas o patrones alimentarios. De los más populares se podrían destacar la dieta mediterránea, la baja en grasas, en hidratos de carbono, las cetogénicas, las altas en proteínas o hiperproteicas, la paleo, etc., y se sigue poniendo mucho énfasis en planificaciones dietéticas casi perfectas dentro de cada patrón. Se estudia el reparto de macronutrientes en porcentajes (hidratos de carbono, proteínas y grasas) que podría resultar más adecuado, se realizan cálculos de restricciones calóricas en función del gasto energético de cada individuo o grupo de individuos a estudiar, etc. Pero a pesar de que en ocasiones esos estudios pretendan abarcar a casi la totalidad de la población y presenten resultados prometedores, hay algo que falla. Y es que un planteamiento de ese calibre que no considere estrategias dietéticas o psicológicas que favorezcan su adherencia tiene una alta probabilidad de fracaso.
Adherencia a un tratamiento es un término que comúnmente se emplea en profesiones sanitarias y se define como el cumplimiento del mismo. Por ejemplo, la adherencia a un tratamiento farmacológico consiste en la toma regular y adecuada, según prescripción médica, del fármaco o fármacos en cuestión. La adherencia a un tratamiento dietético supone el cumplimiento de una serie de hábitos dietéticos y de vida saludables, que cuanto menos complejos resulten y más se adapten al estilo de vida de la persona, mejor adherencia habrá. De hecho, recientes estudios han puesto de manifiesto que la adherencia decae tras un año de tratamiento dietético, en este caso, enfocado en la pérdida de peso. Y una dieta tiene que ser un régimen de vida, no puede ser puntual, ni decaer al año o en algún momento en el tiempo. Una dieta perfecta sin adherencia no funciona. Una adherencia perfecta a una dieta un poco menos perfecta sí puede funcionar.
En este sentido existen numerosas estrategias, como la educación nutricional, la gestión emocional y el coaching. La forma de trabajar en consulta nutricional es diferente a como se concebía hasta ahora. Al paciente se le van proporcionando una serie de herramientas para que pueda ir cambiando sus hábitos erróneos de forma progresiva, planteando cada vez retos más complejos. Se deja un poco de lado el seguir una dieta “perfecta” desde la primera consulta, para dejar que el paciente vaya aprendiendo e incorporando estos nuevos hábitos con tiempo. Se ofrece acompañamiento y asesoramiento, pero es el paciente el que debe trabajar e indagar en estas cuestiones, ya que si se le hace partícipe, consciente y responsable de sus cambios, es más probable que éstos se mantengan en el tiempo. El objetivo primordial a largo plazo en pacientes que buscan perder peso no es la pérdida de peso, sino la consolidación de hábitos saludables, los cuales, traerán consigo esa pérdida. Desde hace un tiempo éste es mi método de trabajo en consulta.
Retomando la frase inicial, ¿cuántos habéis oído a alguien comentar que ha probado cientos de dietas y ninguna le ha funcionado, o que ha acudido a profesionales de la salud incluyendo dietistas-nutricionistas sin haber obtenido resultados positivos? En el primer caso lo más probable es que la adherencia es lo que haya fallado o que el tratamiento dietético se haya abandonado por completo en algún momento. El fracaso suele estar asociado a planificaciones dietéticas muy estrictas, poco o nada saludables, muy complejas de seguir y de mantener en el tiempo. Recuerdo que la dieta es la que debe adaptarse a la persona, y no al revés. En el segundo caso, pueden haber fallado muchos factores, como por ejemplo, la escasez de conocimientos (o la desactualización de éstos por parte del profesional), la falta de entendimiento entre paciente y profesional, etc.
En esta entrada, me gustaría destacar una cuestión importante que ayudaría a muchos a comprender mejor su situación y que, desde luego, ahorraría algún que otro disgusto tanto a pacientes como a profesionales.
Imaginemos que un deportista de alto rendimiento se está preparando para una competición. Lo más sensato es que acuda a sus entrenamientos para que su entrenador le guíe, le indique cuáles son sus errores y le ayude a corregirlos para evitar que se desarrollen “vicios” que con el tiempo serán más difíciles de identificar y tratar. A veces esos vicios son tan imperceptibles que es imprescindible contar con ayuda externa. Un buen entrenador también deberá motivar y aplaudir los logros de su deportista.
Pues bien, esto mismo debe suceder en la consulta de un dietista-nutricionista. El paciente y el profesional necesitan estar en contacto con cierta frecuencia. Es un tratamiento en el que se deben ir evaluando tanto los progresos como los errores. Al mismo tiempo, es necesario capacitar a la persona con una serie de herramientas para que, cuando termine su tratamiento, pueda valerse perfectamente por sí misma. Por ello, es imposible ofrecer un buen servicio en una única sesión. Si en algún momento alguien decide acudir a un dietista-nutricionista, se debe tomar conciencia de esto. Se necesita estar dispuesto a trabajar, disponer de tiempo y paciencia, seguir los consejos que le dicte el profesional y acudir a las sesiones establecidas para obtener buenos resultados.
Dicho esto, me gustaría comentar que si una persona no se plantea acudir a un dietista-nutricionista pero desea tener mejores hábitos dietéticos y de vida y no sabe por dónde empezar, consulte esta entrada con útiles consejos.