La estigmatización del peso en 2021

Este artículo se publicó originalmente en el Suplemento Obesidad y COVID de Conexión Nutrición.

Sería impensable que en el 2021, con mayores conocimientos en materia de salud y nutrición y mejor y fácil acceso a diferentes materiales y herramientas, se sigan ejerciendo juicios negativos hacia la salud y el cuerpo de cualquier individuo. Sin embargo, a día de hoy, la realidad es que esta problemática se sigue arrastrando: mientras que los índices de sobrepeso y obesidad continúan en aumento, la prevalencia del estigma también es importante.

Si bien el estigma lleva existiendo desde hace mucho tiempo (1) en una serie de patologías (enfermedades infecciosas, trastornos mentales, etc.), condiciones y circunstancias sociales de una persona o colectivo, este artículo tiene como objetivo abordar el estigma ejercido sobre el peso corporal y/o el tamaño del cuerpo.

El estigma hacia el sobrepeso u obesidad, o sesgo sobre el peso corporal, se define como la discriminación, estereotipo y exclusión social surgidos a partir del peso de una persona (2). En otras palabras, la persona o colectivo es desacreditado o infravalorado debido a esta característica (1).

Según un informe de 2018 de The All-Party Parliamentary Group on Obesity (APPG) de Reino Unido, el 88% de las personas que padecían obesidad y fueron encuestadas, declararon haber sido estigmatizadas, criticadas y maltratadas como consecuencia directa de la obesidad (3).

¿Cómo daña el estigma?

El estigma vulnera los derechos humanos y sociales de la persona que lo sufre. Dos de las causas fundamentales que lo generan son la falsa creencia de que el sobrepeso y la obesidad dependen únicamente de la persona que lo padece, al mismo tiempo que, a día de hoy, no existen políticas que prohíban este tipo de discriminación (4). Al mismo tiempo, los medios de comunicación tienen gran parte de esta responsabilidad al difundir imágenes, mensajes y utilizar términos que sugieren lo anterior: el individuo es responsable de su peso (4). Utilizar el IMC como único indicador de salud también resulta dañino.

El estigma tiene un impacto muy grande sobre la vida de las personas, alterando su estado físico y psicológico (4). Esta discriminación y rechazo social tiene lugar en muchos ámbitos, sean éstos el educativo (donde se ejerce acoso o bullying), laboral, familiar, social e incluso sanitario, así como en los medios de comunicación (1-4). Asimismo, se han notificado numerosos casos en los que la persona no tiene la misma igualdad de oportunidades laborales en distintos sentidos: menor salario, menores opciones para ascender, etc. (1,3,4), siendo además las mujeres, las que son más propensas a sufrirlo (4). Todo ello repercute sobre el bienestar emocional de la persona, provocando un aumento de su ansiedad, estrés, depresión, baja autoestima y aislamiento social. (1,2,4). La presión ejercida a través de acciones estigmatizantes y dogmas sociales hacen que la persona tienda a culpabilizarse debido a que considera que su peso es algo de lo que es enteramente responsable (1,2).

Como consecuencia, todo ello puede derivar en conductas perjudiciales para su salud: más sedentarismo, mayor consumo de alimentos, adopción de dietas o hábitos dietéticos insanos, empeoramiento de la relación que la persona tenga con la comida, pudiendo llegar a precipitar trastornos de la conducta alimentaria (TCAs), etc. (2-4). En vista de todo lo anterior, el estigma empeora las acciones que se llevan a cabo para hacer frente a la obesidad (1,3).

Se debe recalcar que el bienestar emocional está directamente relacionado con la pérdida o ganancia de peso (3). El estrés de por sí, no solo afecta la salud mental sino también la física, debido al aumento de cortisol, estrés oxidativo y proteína C reactiva (2) los cuales tienen un impacto sobre el peso y la salud cardiometabólica (4).

Asimismo, es importante subrayar que el estigma afecta a personas que padecen sobrepeso u obesidad como también a aquellas, en menor medida, que presentan bajo peso (2,4). Al fin y al cabo el número de la báscula no debe determinar cómo se debe tratar a cada persona y todos merecemos un trato equitativo, igualitario, amable y respetuoso, independientemente de nuestro peso u otras condiciones.

Ni el peso ni ciertas condiciones deben definirnos como personas.

El estigma presente en el ámbito social, laboral… ¿qué ocurre en el contexto sanitario?

Lamentablemente los profesionales de la salud no estamos exentos de prejuicios y entre ellos, tampoco los y las dietistas-nutricionistas (2). Sería de esperar que las personas que más conocimientos tienen sobre el peso y la obesidad fueran las que menos tuvieran prejuicios y sin embargo, el mismo informe del APPG pone de manifiesto que solamente el 26% de personas con obesidad que acudieron a un centro sanitario para iniciar tratamiento, declararon ser tratadas con respeto (3). Achacaron esta discriminación a la falta de conocimientos en el abordaje de la obesidad por parte de los profesionales (3).

Si se sigue sosteniendo el falso argumento de que la pérdida de peso depende única y exclusivamente de la persona que lo pretende – algo que además está estrechamente ligado a una mayor estigmatización (1) –, y,  que además, solo se alcanza por comer menos y moverse más, no se están teniendo en cuenta las últimas evidencias científicas al respecto (4). Además, está constatado que esta afirmación, que suele difundirse fundamentalmente a través de los medios de comunicación, tiene un impacto negativo sobre las políticas de salud pública que se puedan desarrollar, el acceso a tratamientos o la investigación, todo ello, en torno a la obesidad (4). Por si no fuera poco, este mensaje, que suele generarse debido a la creencia errónea de que la vergüenza que sienta la persona, sea el motor para el cambio de hábitos, no solo daña, si no que puede crear el efecto contrario (4).  La pérdida de peso siempre debe ser consecuencia de la adopción de unos hábitos de vida saludables. No se pueden realizar simplificaciones ante una problemática tan compleja. Ya de antemano, no se están considerando todos los determinantes (ambientales, psicológicos, genéticos, existencia de ciertas patologías, economía, acceso a alimentos…) que tienen un impacto en el bienestar, la salud y por último, también en el peso (1,5).

Si, además, la persona no logra alcanzar “el objetivo”, el profesional sanitario puede llegar a realizar falsas suposiciones de que todo ello es fruto de que el paciente no se adhiere al tratamiento, de que no toma buenas decisiones, de la desmotivación, de la “falta de fuerza de voluntad”, “falta de disciplina” y otros juicios de valor que pueden resultar incluso más dañinos (1,2,4). Precisamente el propio estigma tiene un efecto negativo sobre la motivación de la persona a la hora de adoptar hábitos que le conduzcan a la mejora de su salud y en último lugar, a la pérdida de peso (3).

El entorno sanitario siempre debe suponer un lugar seguro donde el paciente se sienta cuidado, apoyado y comprendido. De no ser así, y ante esos juicios de valor o uso de terminología estigmatizante, la persona puede llegar a desanimarse, rechazar la atención sanitaria y no buscar la ayuda que precisa (3,4,6).

¿Se puede hacer frente al estigma?

Así como el sobrepeso y obesidad dependen de una multitud de factores y tratarlos requiere de numerosas estrategias, la erradicación del estigma igualmente lo es, y se debe abordar adoptando diferentes enfoques. Hasta la fecha, no se han implantado políticas de salud pública en las que se aborde el estigma como uno de los detractores para frenar la obesidad (4).

En 2020, Rubino et al. publicaron el documento de consenso para erradicar el estigma en la obesidad (4) donde proponen que este objetivo solo se podrá conseguir a través de un trabajo conjunto formado por un amplio grupo de profesionales de la salud, investigadores, legisladores, pacientes y medios de comunicación y cuyas propuestas se fueron desgranando en todo este escrito (4).

Para empezar, se debe concienciar a la sociedad general, profesionales de la salud, investigadores/a, personas encargadas de formular políticas y todas las partes implicadas sobre los efectos colaterales que tiene el estigma sobre la salud mental y física, individual y colectiva; pero, se debe avanzar desarrollando medidas eficaces ya que la concienciación por sí sola, no es lo suficientemente efectiva (2,4). Definir o no la obesidad como una enfermedad puede tener distintos efectos sobre esta nueva narrativa. Lo que desde luego se debe tratar de evitar es simplificar el diagnóstico de la obesidad según la estatura y el peso o, en otras palabras, el IMC (4).

Se debe resaltar que el sobrepeso y la obesidad requiere de una atención y entendimiento diferente, sin ir más lejos, diseñar estrategias para combatir el estigma tienen al mismo tiempo repercusión en las estrategias diseñadas para frenar la obesidad al evitar una mala relación con los alimentos, prevenir la aparición de TCAs, etc. (2). Las políticas deben estar formuladas de forma que no lleven implícitas mensajes o acciones estigmatizantes (2).

Diseñar planes de actuación en cualquier entorno (educativo, social, sanitario…) que permitan un cambio en los comportamientos y actitudes respecto al sobrepeso y la obesidad, yendo a la raíz real de ese prejuicio, qué es lo que lo causa y qué es lo que se puede hacer para abordarlo; así como promover una mayor sensibilización ya sea por parte de la sociedad, así como también los profesionales de la salud es un importante punto de partida (1,2,4).

Los profesionales de la salud debemos recibir la formación adecuada para abordar el estigma cuidando nuestro discurso a la hora de educar a nuestros pacientes, para ser capaces de tratar con sensibilidad y tacto ciertos temas que a priori pueden resultar incómodos.

Una de las acciones que está respaldada por varios autores es la de la utilización del lenguaje no estigmatizante para referirnos a personas que conviven con sobrepeso u obesidad (1,4). Por una parte, es conveniente utilizar el people-first language o lenguaje denominado “la persona primero”. Este tipo de lenguaje permite reducir el estigma asociado a la obesidad debido a que describe a la persona no por su condición sino primero por sí misma, como ser humano, y a continuación (y si procede) por su condición.

Lamentablemente, el avance está siendo muy lento en este sentido (6,7). Asimismo, el mero hecho de tener en cuenta qué términos prefieren los pacientes para que nos dirijamos a ellos puede mejorar notablemente la atención sanitaria proporcionada por los profesionales de la salud (8). En el estudio de Lydecker et al. (2016) los términos que más rechazo provocaron en los participantes del mismo fueron gordura, exceso de grasa y obesidad (8).

Por otro lado, indagar en nuestros propios prejuicios, reconocerlos y ponerles freno evitará acciones discriminatorias y sin duda alguna mejorará notablemente la calidad asistencial. También debemos dedicar más tiempo en consulta con nuestros pacientes, o el tiempo que consideremos necesario para poder llevar a cabo una correcta y efectiva educación para la salud (4).

Retomando la frase inicial, es intolerable que el estigma siga existiendo en la sociedad actual. Las personas merecen ser tratadas con respeto y dignidad y está en la mano de todos empezar a cambiar esta narrativa.

Referencias:
(1) Benítez Brito N, Pérez-López A, Camacho-López S, Fernández-Villa T, Petermann-Rocha F, Valera-Gran D, Almendra-Pegueros R, Martínez-Sanz JM, Gamero Lluna A, Nava-González EJ, Baladia E, Navarrete-Muñoz EM. Estigmatización de la obesidad: un problema a erradicar. Rev Esp Nutr Hum Diet. 2021; 25(1). doi: 10.14306/renhyd.25.1.1271 [ahead of print]
(2) The Lancet Public Health (2019). Addressing weight stigma. Editorial Volume 4, issue 4, E168, April 01, 2019. Online: www.thelancet.com/journals/lanpub/article/PIIS2468-2667(19)30045-3/fulltext
(3) The All-Party Parliamentary Group on Obesity (2018). The current landscape of obesity services. House of Commons, London. Online: https://static1.squarespace.com/static/5975e650be6594496c79e2fb/t/5af9b5cb03ce64f8a7aa20e5/1526314445852/APPG+on+Obesity+-+Report+2018.pdf
(4) Rubino F, Puhl RM, Cummings DE, Eckel RH, Ryan DH, Mechanick JI et al. (2020). Joint international consensus statement for ending stigma of obesity. Nat Med. 2020 Apr;26(4):485-497. doi: 10.1038/s41591-020-0803-x. Online: https://www.nature.com/articles/s41591-020-0803-x
(5) GoInvo (2018). Determinants of Health. Online: https://www.goinvo.com/vision/determinants-of-health/
(6) Palad, CJ and Stanford FC (2018). Use of people-first language with regard to obesity. Letters to the editor. Am J Clin Nutr 2018;108:201–203. doi: https://doi.org/10.1093/ajcn/nqy076. Online:
https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC6248480/
(7) Kyle TK and Puhl, RM. Putting People First in Obesity Commentary.
Obesity biology and integrated physiology. Obesity. Volume 22. Number 5, May 2014. doi:10.1002/oby.20727. Online: https://onlinelibrary.wiley.com/doi/full/10.1002/oby.20727
(8) Lydecker JA, Galbraith K, Ivezaj V, White MA, Barnes RD, Roberto CA, Grilo CM. Words Will Never Hurt Me?: Preferred Terms for Describing Obesity and Binge Eating. Int J Clin Pract. 2016 August; 70(8): 682–690. doi:10.1111/ijcp.12835. Online: https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC4965320/